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Mostrando entradas de mayo, 2008

La papelera de reciclaje

En el sistema operativo del alma, hay también una papelera de reciclaje. No es como la de Windows porque está oculta, pero cumple el mismo cometido. Lo que ocurre es que la gente no lo sabe. Por eso, cuando se quiere borrar un archivo doloroso, una impronta de tristeza, acudimos al explorador de la vigilia y seleccionamos la opción “eliminar”. Pero aquí no hay aviso, aquí no se pide ninguna confirmación de envío a ninguna parte. Simplemente desaparece; y creemos que así ha ocurrido porque volvemos a sonreír y a gastar bromas y a hacer planes más o menos ilusionados. Qué ingenuidad: todo sigue allí, en esa papelera escondida, como un montón de folios arruinados en su aparente olvido. A veces, cuando circula el viento de los sueños, se levanta uno de estos folios hasta nuestra mirada. Y leemos su arrugada y confusa escritura con la misma lágrima o con igual deseo que si estuviéramos despiertos. Existen especialistas informático-anímicos capaces de borrar esta papelera de reciclaje. P

Reencuentro con el "caballero inactual"

No lo veía desde el último atardecer, el cinco de marzo si no marro en la memoria. Estaba en el bar de siempre, aseado, impecable, elegante; con convicción anacrónica de estar de sobra en el mundo. Sobre la barra, una rosa de rojo desarbolado, ajado, teñido de oscuridad; una copa, por supuesto, y una servilleta de papel manuscrita de soleares: Ya me ves, tonto perdido, de lapicero y canuto, haciendo la “o” de olvido. Tonto del bote sin más, plantado sobre la acera por si te viera pasar. Por si en mí se repitiera la insensatez de ese invierno que se inventó primavera. No importa que se me quede gente que pasa mirando si luego tú me sucedes. Si de pronto eres verdad, sombra que la calle cruza y abre el sol de par en par. Qué malo es ser quinceañero cuando el reloj ha cumplido las horas de ya no serlo. Qué mala, esa obstinación humana de no querer que envejezca el corazón. Y aquí estoy, tonto del bote: tu cuartelero de día, tu imaginari

La ciudad fantasma II

Creo, Julio y Antonio, que teníais razón: sobraba el “estrambote”. Pero también estoy de acuerdo con Fran y me resisto a perderlo por entero. Así que, aprovechando a medias dos de los cuatro últimos versos de ayer, prolongo su “rescoldo” en estas “segundas partes”, que, como es sabido, “nunca fueron buenas”. Séanlo o no, y en señal de agradecimiento por el tiempo que me regaláis, os lo dedico a vosotros: A Betty, Julio, Fran, Antonio En aquella ciudad donde se iguala la verdad al silencio, donde espera a otra sombra una sombra en la primera cita de muchedumbres colegiala –había en el otoño sol de gala; cocinas en invierno; en primavera, balcones con sonrisas; en la acera, tertulias de verano y martingala–; en aquella ciudad que no quería ser sin ser los demás, sin ser los otros, que tanta ausencia en la memoria labra, está el silencio, que es la tierra mía, la de aquella ciudad donde a nosotros se nos murió el plural y la palabra. (27 de mayo de

La ciudad fantasma I

En el cuarto de estar está el silencio. En los corredores está el silencio. En aquella casa que refugia la memoria está el silencio. Y en la calzada con adoquines, y en la línea cuarenta de tranvías, y en los serenos con chuzo y llavero de San Pedro… En toda la ciudad, en sus plazas, sus cines, sus mercados, sus iglesias… está el silencio. Y en todos los calendarios y relojes de aquel tiempo que cumplió rigurosamente la obligación de serlo. En todo cuanto era y transcurría está el silencio. En la ciudad fantasma, en que a nosotros se nos murió el plural y la palabra… En la ciudad que fue, que ya no existe, está el silencio. (26 de mayo de 2008)

Diálogos de altura

Tienen los pájaros, a estas horas de la media tarde, una tertulia privada de brillantes argumentos en el chopo que queda por frente a mi ventana. Gorriones en su mayoría, no sé qué tendrán que decirse con tantísimo ardor. A veces tercia un mirlo con reflexión más seria y sosegada, lo de los otros es una escandalera simplemente gozosa. El caso es que es un diálogo de altura, no ya porque se citen en las ramas de ese árbol, sino porque un verbo con alas y musical sólo puede tener auditores en el cielo. Frente al silencio, que es un hablar que no dice precisamente porque calla, el suyo es un hablar que, sin tampoco decir, ordena los temblores del aire en pequeñas hermosuras. Son palabras para el viento, para que el viento sepa que tiene posibilidades de belleza con simplemente trinarlo. Siempre me ha molestado la idea de una naturaleza eficaz, o, lo que es lo mismo, la obsesión por su mecanización. Ese “la naturaleza no hace nada en vano”, con que Newton abre las Reglas para filosofar

La última página

Para Enrique Era un gran lector; siempre andaba con un libro en la mano. En los últimos años, esos de soledad real porque es la propia vida la que le va dejando solo a uno, me dicen que no leía. Seguía con un libro en la mano, pero siempre abierto por la misma página. En ella permanecía, con los ojos cansados y atentos, durante largas horas, como si se le hubiera quedado la inercia de una hermosa costumbre en la precariedad de su memoria. Pero yo creo que no era por eso. Yo creo que en esa página estaba la palabra que siempre había buscado, esa joya de sentido, esa lámpara de luz que explica todo cuanto perseguimos con fatiga desconcertada a lo largo de la vida. Y pienso que ya no podía desprenderse de ella. Y por eso leía, leía, leía… Siempre el mismo párrafo, siempre la misma línea, siempre el mismo verbo… Siempre. Ahora me duelen muchas cosas, sin duda circunstanciales. Pero él era un gran lector y mi padre –político, según definición institucional–. Hoy se cerró ese últi

La quinta glaciación

Si el agua es la vida, la nieve es su potencialidad, aristotélicamente hablando, por supuesto. Forzando la metáfora: si el agua fuera la sabiduría, la nieve sería su disposición. Una gota dejaría en un campo nevado una lesión de conocimiento; innumerables gotas diluirían la coraza blanca en su fecundidad real. Pero el hielo es hostil a la gota. Resbala primero sobre la adversa armadura, se congela después; se vuelve torpeza y resistencia, obcecada resistencia a la fértil posibilidad. Cuando la lluvia fue posible, se acabaron las glaciaciones y apareció la lujuria de las primaveras. Yo creo que la quinta glaciación llegó hace tiempo a nosotros. No fue consecuencia de un cambio climático, sino efecto de una demolición pedagógica. No fue física, sino social. Y el ciudadano se cubrió de hielos perpetuos. Y a las gotas que salpicaban su gélida corteza las llamaron educación . Quienes hay que interesan su intención en tanto frío, aunque dicen querer algunas regaderas en manos de sus de

La comprensión de Sísifo

Al cabo, una elipse con intención de círculo es quien nos elige. Quiero decir que pone el sello de la vida en el vacío de la noche. Un trocito de materia fría, semirredondo, dando vueltas a otro trocito algo mayor de ardorosa materia… Y nosotros, en el primero, minúsculas criaturas hechas de una insignificante grandeza. Y por este deambular así, girando y girando, acabamos víctimas de la seducción de los ciclos. En el fondo, toda la historia del hombre es geometría, toda su vida resolución de sucesivas ecuaciones con ese extravagante número π como constante. Los griegos fueron quienes mejor lo entendieron. Siglos después, Nietzsche. Pocos quehaceres humanos hay tan fieles a este postulado como la enseñanza. Cuantos hacen la vida en sus trirremes saben hasta qué punto esto es cierto. Cada día, cada semana, cada mes, cada trimestre, cada curso… son un constante volver de indefinidos volveres . Me he sorprendido a veces en las mismas palabras, en los mismos rincones, en reflexiones i

Principio antrópico

…cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. J. Ortega y Gasset. ¿Qué es filosofía? No sería sin mí; ni sin ninguno de vosotros sería. Un mar probable de confusión acaso; un inestable quehacer de eternidad inoportuno. Un mundo sin razón, un mundo ayuno de hermeneuta, de amante deseable… Un mundo así sería imperdonable que fuera, y que no fuera en verbo alguno. Sea de la palabra el intervalo de saberse que arroja a nuestra playa la nada silenciosa, su marea. El hombre vive para ser regalo del ser que es ser apenas y que calla frente al dios que lo ama y que lo crea. (19 de mayo de 2008)

La carta

No me tentéis la vanidad de nuevo, amigos, no digáis que esta plegaria, esta voz en la noche, innecesaria, era tierra del sueño que me llevo. Es hora de callar. ¡Venga el relevo! ¡Arriba la siguiente imaginaria! Demasiada vigilia solitaria, demasiado velar al que me atrevo. Es tan seria la noche que se sabe honda demolición, y no le importa si soy capaz del alma de los otros. Vuelvan al mar la brújula, la nave, las cartas del retorno... Me conforta la memoria del tiempo con vosotros. (12 de mayo de 2008)

La sombra

Hay un chopo enfrente de mi ventana y una fachada, cercana y alta, al otro lado de ese chopo. A esta hora, de noche presumible y próxima, su sombra en la pared alcanza la talla de la verdad que admira. Se le nota a la sombra que quiere ser su causa, que la intenta imitar, que le reprocha el robo de la luz, que crece resentida de su oscura dependencia… En otros momentos, se arrastra y se somete, pero, en esta hora del día, encuentra la alianza de un muro vertical y triste que sólo sirve para engatusar contraluces. Y ella acude a su socorro cada tarde, más o menos por mayo, para acrecer su ser precario durante unos minutos... A mí, no sé por qué, esta sombra me parece medio humana.

La espada y el silencio

No eran sólo palabras. Yo buscaba un cielo intransitado, un espectáculo de leyendas escritas para nadie por nadie, cuando nadie era un rumor lejano del océano, un murmullo de oleajes posibles, un deseo de ser clamor en alma transformado o alma ennoblecida en la batalla, o grandeza y honor en la derrota. Yo buscaba un lugar para tu nombre, para llevar tu nombre hasta una hazaña. Y sólo sucedió la tierra inhóspita y el óxido en la espada. Y el silencio. (10 de mayo de 2008)

A esta hora

A esta hora pone el tiempo tu costumbre delante de mis ojos. Y te siento, como un escalofrío de la tarde, recorrer la mirada; como un afán sin alma en que repose, sacudir el recuerdo; como una extremidad de niebla y aire, acariciar mi frente… Y me quito el reloj y lo castigo de cara a la pared por mentiroso. A esta hora en que el tiempo me hace burla y mis ojos se estrellan en tu nada. (9 de mayo de 2008)

Lluvia en mayo

Huele la tarde a lluvia convencida de que debe llorar en primavera, de que mayo la quiere compañera de la tierra fecunda, de la vida. Huele a parque y a luz humedecida por el jardín del aire pasajera, y a la memoria del amor que fuera y no fuera después más que su herida. De par en par he abierto las ventanas. Rompe el atardecer atardecido una hebra de sol tímida y rubia. Y ajeno, sin querer, como sin ganas, un perfume me arranca del olvido una rosa inventada por la lluvia. (8 de mayo de 2008, un día lluvioso)

La entropía en el alma

Ya sabemos que la entropía aumenta de modo irreversible en los sistemas ordenados, que pasa con todo lo que con mi mesa, esa especie de papelería anarquista de la que a veces hablo porque me recuerda al mundo, a los esfuerzos por introducir orden en el mundo pese a la contumaz eficacia del desorden a que está físicamente condenado. El problema mayor, sin embargo, no está fuera, sino dentro, en ese pozo de soledades que se abre en el alma cuando uno empieza los soliloquios de la melancolía, cuando uno descubre que aquélla está manga por hombro, patas arriba, como un edificio apuntalado para su derribo inminente. No he encontrado nada acerca de la aplicación de ese principio al alma. Ya sé que mezclo lo indebido, que trastoco lo físico con lo metafísico, lo material compuesto y lo simple espiritual. Pero es que, últimamente, lo mezclo todo. Por eso hablo de cosas tan dispares. Nada de sabiduría polimórfica, sólo caos termodinámico; nada de cabal argumentación, sólo esgrima de sofismas

Descolgando palabras

Ando mal de tiempo. Muy mal. Pero, según parece, soy obsesivo-compulsivo. Vamos, que si no descuelgo por aquí algunas palabras, tengo la impresión de que el alma se me ha dormido. Y esto es un servicio de imaginaria. Así que me sacudo el silencio con la memoria. Fue en el 97 y vio la luz en papel para dicha mía. Ocurrió en aquel poemario, “La asamblea de las sombras”, que sigue siendo curso de mi habitual quehacer. El hermeneuta He soñado un reloj en el que todo lo posible es suceso y he sufrido la hora más terrible de la Historia. He soñado y he visto cada fulcro de toda certidumbre amenazado por el yugo implacable que encadena la verdad tras la paz de la apariencia. He soñado ─pero no ha sido un sueño─ que podía leer en las entrañas de la alada pupila del que miente; y no puedo volver a ser el mismo. La Historia es enemiga, y espantosa la red que filtra el mar de su memoria: sólo los nudos de la urdimbre quedan, la infamia fluye, lenta, hacia el

Santa afirmación

El niño es inocente y olvida; es una primavera y un juego, una rueda que gira sobre sí misma, un primer movimiento, una santa afirmación… F. Nietzsche. Así habló Zaratustra Yo no quiero ser ese niño, cargado de inocencia y de olvido, yo quiero ser quien soy, con mi culpa y memoria a pleno rendimiento, con descarada insolencia de mí mismo, con la suficiente dosis de arrojo para no negarme, para no dejarme enterrar por mis errores, por mis tropiezos, por mis torpezas. Yo quiero ser este aturdido enredador de la pequeña madeja de su vida, este confuso animal que durante un breve intervalo de tiempo tuvo acceso al pensamiento, a la ficción, al sueño, y que un día dejará de asomarse a los balcones de otra nueva mañana. Yo no quiero ser ese niño, pero sí el cargado de su mismo proyecto de insignificancia. Y errar en lo que erré y no dejar de ser el ser que he sido. Y poder inventarme otra vez los paisajes, las cumbres, las ciudades, las gentes, los amores que nunca fueron. Convict

La bolsa o la vida

Los únicos delitos que no hallan exculpación psiquiátrica que valga son los fiscales. Y, desde luego, me parece muy bien que no la hallen. Ello no quita para que cierto olor a rancio emane de la axiología vigente. Siempre que se comete un crimen, más o menos execrable, no es raro que surjan defensas que buscan el amparo en alguna disfunción, anomalía o severo trastorno psíquico para su autor terrible. Sin embargo, no he oído nunca nada parecido cuando se juzga a un delincuente que ha cometido… un desfalco, por ejemplo. Tal parece que éste siempre es un sinvergüenza en estado puro, y aquél, una víctima de determinismos patogénicos en mayor o menor grado. Ya sé que hablar del mal y de la maldad no está bien visto: provoca demasiadas contradicciones en los relativismos morales. De ahí, su rechazo, su fariseico rechazo. Porque, si se admite el crimen como hijo exclusivo del libre arbitrio, se admite que el hombre es capaz de hacer el mal; o, lo que es lo mismo, que el mal es algo reconoc

La visita

Regresa cada noche. Viste de rojo y negro. Me sonríe al pisar un parterre cubierto de una flores anónimas que yo no reconozco. Hay un jardín con niebla; hay una casa humilde y silenciosa, y un cenador terrible donde ella se sienta y me mira con burla enternecida. Viene de donde sé: ya he cumplido la edad de la advertencia. Una noche sin luna me besará los ojos. Y yo no diré nada. Y ella, apenas. (1997)

Confesión por soleares

Para “Juan Antonio, el.profe”, por colega, por sus seguidillas y coplas… y por Sevilla. –Yo no sé por qué demonios se me metió en la cabeza que me miraban sus ojos. Que me miraban a mí. Fíjese qué tontería y qué vanidad al fin. Padre, pequé de engreído por quedarme una mirada que iba con otro sentido. Que no tenía que ver ni conmigo ni con nadie, sino con quien sabe usted. Que se abrió de par en par para que estar se enteraran el sol y el mundo de más. Padre me ocurrió al cruzarme con su paso entre el gentío. ¡A mí que soy un don nadie! –Vamos, hijo, no hay pecado, que son de la Macarena los ojos que te han mirado. (2 de mayo de 2008)

De vencejos y amapolas siempre

No los he visto aún, pero me dicen que ya han llegado. De esta tarde no pasa que me quede en la ventana hasta que la luz se pierda. Necesito saber que el cielo tiene ya su garantía de gozo vertiginoso y alto en los atardeceres. A la mayor distancia, allá arriba, con su inagotable vuelo y su vocación de ángeles, pequeñitos, negros, escandalosos. Son residentes del aire; todo lo hacen allí, hasta el amor es en ellos alado. Pero de verdad, no de cuento y fantasía. Porque los vencejos se aman volando. Por eso son una metáfora de altura. Por eso los necesito. Igual que a las amapolas, que sí he visto, éstas sí que las he visto, en la pleamar roja que acaricia el talud de las autovías de camino a fatigas y quehaceres. Son mis dos certidumbres del cerco de la vida, del infatigable anillo de la vida en los dedos de Perséfone. Porque ése es el contento, el júbilo que la edad nos deja a pesar del cansancio en la válvula del alma: saber que los paisajes también resucitan. Y si ellos lo hacen,