. La última pesadilla que tenemos en la vida ocurre en los espejos. Nos miramos en ellos y sólo vemos a un payaso vestido de relojes. Grandes, pequeños, enormes, insignificantes; de mentira o verdad; de cartón o de plata ennegrecida; con óxidos remotos, con irrecuperables brillos… Nos miramos y no nos hace gracia ese payaso; o nos da un latigazo de melancolía su barroca indumentaria. Es una pesadilla común y recurrente. Pisa uno la luz, aborda el escenario, se abre paso la palabra… Y en un momento de distracción –o de anónima sabiduría– se mira al público. Pero ya no hay público, ya sólo hay un espejo. Y en el espejo, un payaso. Y sobre el payaso una giubba de grandes relojes, de relojes insignificantes… Ríe, payaso. Ríete de ti, naturalmente. Regálate el aplauso de tu propia mirada: si el niño debe llorar para empezar a vivir, lo justo es que, para empezar la muerte, te suceda una sonrisa. .