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Mostrando entradas de septiembre, 2011

La gota

. . Una gota no es una nadería. Una gota es una debilidad inexplicablemente poderosa; un ser precario y dulce que aún no quiere romper acantilados. Una gota es una transparencia, esférica y humilde, capaz de desmontar la opacidad extraña de las cosas. O una metáfora sucinta de la paciencia, de por qué la paciencia ya no puede seguir siéndolo. Una gota es mucho más que la nonada que se queda colgando de las hojas después de una tormenta… Es la sinécdoque de Dios bajo unos ojos cuando el mundo es inicuo… Es el resumen del alma que empaña la mirada poco antes de arrancar al corazón lo imprevisible… Una gota es el limes de la ira que advierte la razón de una tristeza inmensa. 9 septiembre 2011 .

Yo invito

. Qué le vamos a hacer: no hay forma humana de que llegue alguna vez a “coincidir” con ningún “colectivo”. Tonto de mí, supuse que al final, que tengo ya muy cerca –profesionalmente, claro, porque el otro llegará cuando se le antoje–, estaba a punto. Pero no. Tampoco ahora. Al cabo, tendré que morirme “sin gente”. ¡Manda narices! Según parece, todo lo interpreto mal. Yo no soporto que un indocumentado insulte mi oficio. Y alguien, menos indocumentado que intencional, lo hizo. Esto se me antojaba prometedor. Pero tampoco: detrás de los jinetes sólo había un racimo de cañones oxidados y antiquísimos. Es otro error, o es otra clase de indecencia, insistir en el conflicto miserable de las malditas “dos horas lectivas”. El problema no es ése. Los tiempos que corren tendrían que apuntar a otro tipo de voluntades. La Administración debería ser valiente. Ni ofensiva ni engañosa ni seductora. Y nosotros, alardear de gallardía. No gemir para exigir que todo vuelva a ser lo que antes era, sino d

Carta abierta de un profesor madrileño a su Presidenta

. Sra. Presidenta: Hoy, domingo primerizo de recental septiembre, voy a robarme unos minutos de mi “acostumbrado descanso” para escribirle unas palabras a las que usted, naturalmente, no va a dedicar un solo segundo. Pero lo entiendo –yo soy así, afable y comprensivo–: usted tiene muchas cosas que hacer; yo, sin embargo, soy una especie de “okupa” en su Administración que sólo dedica unas pocas horillas de su vida a parlotear en las aulas. El asunto que me preocupa tiene que ver con una impertinencia suya –dicho sea sin ánimo de ofender y según la primera acepción que la R.A.L.E acomoda a la palabra susodicha–. Al parecer, y como consecuencia de la inquietud del profesorado ante los ingenios con que su gobierno quiere poner freno a la “crisis”, nos ha dedicado usted algunas perlas verbales como ésta: "Sabemos que les estamos pidiendo un esfuerzo especial, pero 20 horas son, en general, menos de las que trabajan el resto de los madrileños." Insisto en la “impertinen